miércoles, diciembre 12, 2007

Tupper Culture Club

Está claro que en los últimos tiempos se está desarrollando una auténtica cultura del tupper. Solo tenemos que mirar a nuestro alrededor, en el metro o en el bus, y reconoceremos con facilidad a numerosos tupperweristas. Cada vez somos más los que, por motivos que ahora no vienen al caso, nos quedamos a comer en la oficina con el almuerzo metido en ese bonito recipiente de plástico que se ha venido a denominar tupper (pronúnciese “táper” o, en su transcripción fonética del término comercial anglófono “tapergüé”).
Muchos se preguntan si se puede llevar una alimentación sana y, lo que es más importante, comer bien (que no es lo mismo que llevar una dieta equilibrada, todos lo sabemos) ingiriendo lo que sale de un "cachoplástico".
Pues bien, yo sostengo que no solo es posible sino que, además, puede servir para algo más que el evitar que fallezcas de inanición sin arruinarte. Y ahora voy a explicarme.
Si dejamos a un lado nimiedades como la de que probablemente estés comiendo sobras del día anterior (eso si hay suerte y no es lo que se dejó tu hermano de la cena del viernes) recalentadas en un microondas colectivo donde desde primera hora de la mañana tus compañeros introducen guarrerías varias (infusiones de olores insoportables o, lo que es peor, leche de soja mezclada con Eco) y que no se limpia desde que se lo regalaron a tu jefe cuando hizo la primera comunión, pues eso, si te olvidas de estos detalles sin importancia, el hecho de comer en un tupper solo tiene ventajas.
Por ejemplo, puedes relacionarte con tus otros compañeros tupperweristas de la empresa. Esto significa que te enterarás de los cotilleos más jugosos y de las envidias que se tienen entre ellos. Debo aclarar, llegado este punto, que el hecho de llevar tupper no te exime de ser humano y, por lo tanto, de mirar con inquina a algunos de tus colegas, que no a todos (saludo a mis compañeros que me estarán leyendo). Esto ocurre hasta en las mejores familias, así que imagináos en la oficina, donde los chispazos que saltan de la tensión contenida podrían servir como energía renovable y el cambio climático se detenía ipso facto.
Si es que todo son ventajas. Comiendo de tupper, por ejemplo, ocurre una cosa fantástica: dejamos salir al antropólogo que llevamos dentro. Nuestros colegas abren sus recipientes y nosotros observamos de reojo, como quien no quiere la cosa, que traen para comer y sacamos, internamente, nuestras conclusiones:

- la Loli trae una paella más amarilla que un chino con ictericia. Esta le da al colorante que es un contento... claro, algo químico se tiene que meter cada día o no rinde...
- pobre Pepe, con los canelones congelados del Mercadona y de postre una Pantera Rosa. Como se nota que su Carmen se la pega con el cortador de jamón de la charcutería de la esquina. El hombre no levanta cabeza... con los cuernos que lleva, no me extraña.

- otra vez trae latas de conserva la Paqui? Lo de esta mujer no es normal. Se cree que por comer conservantes se va a mantener joven. Ja! Esas patas de gallo, que más que de gallo son de avestruz, no se las quita ni metiendo la cara en una bañera con ácido sórbico.

Entonces tú, muy digna, levantas la tapa de tu tupper y muestras al mundo entero tu pollo de corral a la mostaza de Dijon (que como todo el mundo sabe está mucho mejor reposado y recalentado) y mojas el crujiente pan que has comprado recién hecho en el horno de la esquina en la suntuosa salsa que desprende los mejores aromas del mundo. Y eres feliz...

En fin, ¿se puede pedir más?

Gastro Victim (cualquier parecido con la realidad... es real)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un fart de riure, nena!! Que bo!
Un petó.

Anónimo dijo...

Enhorabuena, Gastro Victim.
Por fin alguien con espíritu creativo y literario en el mundo de la gastronomía. Escríbes como los ángeles.

Seguiremos tus aventuras!