viernes, diciembre 14, 2007

Mamá, quiero ser chef tecnoemocional

En el último número de la increíble revista de alta gastronomía Apicius (os pongo aquí la web, http://www.apicius.es/, pero comprárosla, leches, que está muy bien hecha, es semestral y no cuesta ni 35€. Que te compras el Pronto y el Cuore cada semana y te arruinas. Al menos Apicius alimenta, joder) aparece un interesantísimo artículo de Pau Arenós sobre lo que él ha tenido a bien denominar “cocina tecnoemocional”. Evidentemente era necesario que alguien con criterio bautizase de forma oficial este movimiento culinario que se sale de cualquier órbita gastronómica explorada hasta ahora.
Lo que hacen Adrià, Blumenthal y esos visionarios de “las cosas de comer” va más allá del sentido del gusto. Estos muchachos han sido tan sensibles (emocionales) que se han dado cuenta de que comer es un acto global y como tal debe ser tratado. Habéis oído eso de “comer con los ojos” alguna vez, ¿verdad? Pues también comemos con el tacto (la suavidad de las cremas), con el olfato (los aromas de un asado) y con el oído (el crujir de unas patatas fritas).
Esta reflexión les ha llevado a plantear una cocina muy profunda y, a la vez, muy espectacular que les ha convertido en chefs mediáticos… con el peligro que ello conlleva. Es que, si te paras a pensar, las cosas cambian que es una barbaridad y ahora los cocineros son más famosos que algunos futbolistas. Todo el mundo conoce la cara de Ferran Adrià y Carme Ruscalleda pero, ¿Alguien le pone cara a Metzelder del Real Madrid?
Cualquier día, en una casa cualquiera, puede llegara producirse esta conversación:
- Carlitos, hijo, ¿tú qué quieres ser de mayor?
- Yo, mamá, quiero ser chef tecnoemocional.
- Ayyy… ¡qué cruz! Desde que tenías dos añitos con la misma cantinela. ¿Es que el hecho de cumplir cinco no te ha hecho madurar, cariño?
- No, mamá. Ya sabes que desde que probé la papilla de tortilla deconstruida de la marca El Bulli mi vida solo tiene un objetivo: las tres estrellas Michelin.
- Anda que si llegamos a saber tu padre y yo lo pesadito que te pondrías te habríamos dado Bocadelia de la Mey Hoffman.
- Mamá, eres de lo menos tecnoemocional que he visto. ¿Es que no valoras mis intereses gastronómicos?
- Claro que sí, cariño. Solo que no es normal que con cinco años pienses en esas cosas. A ver, cambiando de tema, ¿qué le vas a pedir a los Reyes Magos?
- Nitrógeno líquido y un kit de esferificación… ¡ah! Y si puede ser, una Roner nueva, que la que me trajeron el año pasado explotó cuando intenté hacer raviolis de mayonesa.
- Ya me acuerdo ya… mira que querer hacer un plato inspirado en el acné como homenaje a tu hermana adolescente.
- Os he dicho millones de veces que lo único que pretendo es transmitir mis sentimientos a través de la cocina. Nadie me entiende…
- Sí que te entendemos hijo. Solo nos preocupamos por ti. Últimamente tienes unos comportamientos muy raros. Sin ir más lejos, ¿qué hacías tanto rato encerrado en el baño con la revista Apicius?
- Nada mamá… solo miraba las fotos…
- Las fotos, las fotos… que me tienes contenta. Hablando de fotos, ¿quién es ese chino gordo que has colgado en la habitación entre Adrià y el calvo inglés?
- Se llama Seiji Yamamoto. Y no es chino, es japonés. ¿Es que no los distingues? Eso es como no saber diferenciar una bechamel de una velouté.
- Ayyy… me agotas hijo. Dejemos el temita de marras. Por cierto, ¿Qué nos preparas hoy para cenar?
- Pues he pensado que de aperitivo podemos tomar milhojas caramelizado de anguila ahumada, foie gras, cebolleta y manzana verde. Seguiremos con un cremoso de parmesano con terciopelo de 6 albahacas silvestres y de cultivo. Después una lubina ligeramente ahumada con kéfir y de postre un coulant de chocolate blanco.
- Así me gusta, hijo. Algo ligerito…

Esta conversación, amigos y amigas, puede ocurrir en cualquier momento. Es solo cuestión de tiempo. Quién sabe… quizá os sale un hijo chef tecnoemocional (uuuuuuhhhhh).

Gastro Victim

miércoles, diciembre 12, 2007

Tupper Culture Club

Está claro que en los últimos tiempos se está desarrollando una auténtica cultura del tupper. Solo tenemos que mirar a nuestro alrededor, en el metro o en el bus, y reconoceremos con facilidad a numerosos tupperweristas. Cada vez somos más los que, por motivos que ahora no vienen al caso, nos quedamos a comer en la oficina con el almuerzo metido en ese bonito recipiente de plástico que se ha venido a denominar tupper (pronúnciese “táper” o, en su transcripción fonética del término comercial anglófono “tapergüé”).
Muchos se preguntan si se puede llevar una alimentación sana y, lo que es más importante, comer bien (que no es lo mismo que llevar una dieta equilibrada, todos lo sabemos) ingiriendo lo que sale de un "cachoplástico".
Pues bien, yo sostengo que no solo es posible sino que, además, puede servir para algo más que el evitar que fallezcas de inanición sin arruinarte. Y ahora voy a explicarme.
Si dejamos a un lado nimiedades como la de que probablemente estés comiendo sobras del día anterior (eso si hay suerte y no es lo que se dejó tu hermano de la cena del viernes) recalentadas en un microondas colectivo donde desde primera hora de la mañana tus compañeros introducen guarrerías varias (infusiones de olores insoportables o, lo que es peor, leche de soja mezclada con Eco) y que no se limpia desde que se lo regalaron a tu jefe cuando hizo la primera comunión, pues eso, si te olvidas de estos detalles sin importancia, el hecho de comer en un tupper solo tiene ventajas.
Por ejemplo, puedes relacionarte con tus otros compañeros tupperweristas de la empresa. Esto significa que te enterarás de los cotilleos más jugosos y de las envidias que se tienen entre ellos. Debo aclarar, llegado este punto, que el hecho de llevar tupper no te exime de ser humano y, por lo tanto, de mirar con inquina a algunos de tus colegas, que no a todos (saludo a mis compañeros que me estarán leyendo). Esto ocurre hasta en las mejores familias, así que imagináos en la oficina, donde los chispazos que saltan de la tensión contenida podrían servir como energía renovable y el cambio climático se detenía ipso facto.
Si es que todo son ventajas. Comiendo de tupper, por ejemplo, ocurre una cosa fantástica: dejamos salir al antropólogo que llevamos dentro. Nuestros colegas abren sus recipientes y nosotros observamos de reojo, como quien no quiere la cosa, que traen para comer y sacamos, internamente, nuestras conclusiones:

- la Loli trae una paella más amarilla que un chino con ictericia. Esta le da al colorante que es un contento... claro, algo químico se tiene que meter cada día o no rinde...
- pobre Pepe, con los canelones congelados del Mercadona y de postre una Pantera Rosa. Como se nota que su Carmen se la pega con el cortador de jamón de la charcutería de la esquina. El hombre no levanta cabeza... con los cuernos que lleva, no me extraña.

- otra vez trae latas de conserva la Paqui? Lo de esta mujer no es normal. Se cree que por comer conservantes se va a mantener joven. Ja! Esas patas de gallo, que más que de gallo son de avestruz, no se las quita ni metiendo la cara en una bañera con ácido sórbico.

Entonces tú, muy digna, levantas la tapa de tu tupper y muestras al mundo entero tu pollo de corral a la mostaza de Dijon (que como todo el mundo sabe está mucho mejor reposado y recalentado) y mojas el crujiente pan que has comprado recién hecho en el horno de la esquina en la suntuosa salsa que desprende los mejores aromas del mundo. Y eres feliz...

En fin, ¿se puede pedir más?

Gastro Victim (cualquier parecido con la realidad... es real)

La razón de todo esto

Las cosas de comer están en todas partes. Comemos todos los días (afortunados nosotros), hablamos de ello constantemente y en nuestra mente se cocinan los platos más suculentos.
La manera en que nos comunicamos, sin ir más lejos, está plagada de términos gastronómicos, sirva este botón como ejemplo: ese vecino que tienes tan “salado”, tu tía Pepa es una “amargada”, la “tierna” risa de los niños, las “empalagosas” películas de Meg Ryan y Tom Hanks, los “apetitosos” abdominales de Brad Pitt (que está que “cruje”), las “jugosas” conversaciones con los amigos o la “deliciosa” lectura de la última novela de Baricco. Todo (TODO) entra y sale por la boca (y aquí que cada uno lleve su imaginación hasta donde le “apetezca”, y nunca mejor dicho).
Por este motivo he decidido dedicar este blog a exponer todo aquello que se me ocurra y gire alrededor de la comida y sus perversiones, empezando por la más perversa de ellas: la gastronomía. No lo dudemos ni un instante: de la perversión nace la creación. Sed perversos.

Biencomidos! Digo… bienvenidos.

Gastro Victim